viernes, 30 de noviembre de 2007

1

‘Marta, eshtás borrasha.’ Pensó con una expresión grave que pretendía combatir el estupor etílico. Un momento ¿lo había pensado, o lo había dicho? ‘Da igual lo borracha que esté una, jamás se arrastran las ce-haches en los pensamientos. Así que lo has dicho en voz alta. Joder, Marta, que tía más lista eres. Aunque la cara con que te mira todo el mundo es una pista más evidente… ¡Un momento! ¿Esto último lo he pensado o lo he dicho?’ Raquel se inclinó hacia ella para hablarle.

—Va siendo hora de volver a casa.
—¡Y VOLVER, VOLVER, VOLVEEEEEEER a tush brazos otra vesh…!
Ambas soltaron una sonora carcajada.
—¡Arriba señorita mariachi! Te acompaño a casa.
—Mmmmmmm… naaaaaaaaah. Shi vivo muy cerca. En cinco minutos eshtoy allí. Aún son las dosh, y no te quiero fashtidiar el ligue.
El chico próximo a Raquel enarcó una ceja. Ésta le lanzó una mirada reprobatoria por hablar tan alto.
—Bueno, en realidad ya son las cuatro. ¿Seguro que puedes ir a casa sola?
—¡Eh! Mira. —Marta se puso en pié en mitad del parque, y empezó a tocarse la nariz a la pata coja—¿Controlo o no controlo?
—¿Intentas convencerme de que no te acompañe o de que lo haga?
Marta abrazó a Raquel.
—Bueno, hashta maniana. Que ushté lo pashe bien.

Raquel se despidió de ella con la mano y se volvió hacia su ligue.

Tras un rato de caminata, un grupo de chicos apareció tras la esquina.
—¡Eeeeh! ¡Esa rubia preciosa!
—Gracias. —murmuró, pasando de largo.
Cuando era más joven solía responder a los cumplidos con autocríticas. Cosas como ‘¿Mis ojos bonitos? Pero si son marrones normales…’. En parte por que le parecía que no los merecía, en parte por que creía que la modestia era importante. Sin embargo, hacía un par de años, a eso de los diecinueve, se había dado cuenta de que lo mejor que se podía decir era simplemente gracias. En ese momento, sin embargo, cambió de idea. A partir de entonces respondería a todos los cumplidos con un elegante: ‘Eso lo será tu puta madre, capullo’. Aunque se lo dijera el príncipe de Asturias. Bueno, a él le respondería: ‘Eso lo será vuestra puta madre, su majestad’.

Para colmo, se estaba yendo por la pata abajo. Afortunadamente, pasaba cerca del monasterio benedictino de su barrio, cuya fachada sur era lo más parecido a unos lavabos públicos en dos quilometros a la redonda. Buscó un lugar confortable, tras el contenedor de basura y se acuclilló. Había un montón de papeles fuera del contenedor. Documentos de los religiosos. Al parecer los monjes no practicaban el reciclaje. Entre todos los papeles había un libro. O algo que en algún momento había sido un libro. Cuando termino de mear, lo cogió para ver si podía usarlo para secarse. Sus páginas eran gruesas, ásperas y probablemente llenas de bacterias todavía desconocidas para la ciencia. Parecía una Biblia normal pero...

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