miércoles, 28 de noviembre de 2007

Génesis 2.1 (Según algún conspiranóico)

Las luces de la nave se fueron apagando mientras la nave plateada descendía suavemente sobre la superficie del planeta. El hombrecillo verde se asomó por la parte superior, salió al exterior y avanzó por el techo con zancadas decididas. Luego tropezó con la escotilla, cayó por el borde de la nave y se dio de bruces contra el suelo. Maldijo la gravedad de ese planeta, preguntándose por qué no podían habitar esas formas de vida tan prometedoras en una nebulosa de gas como aquella de la que procedía él. Miró su reloj de pulsera: sólo podría permanecer allí durante quinientos microciclos más. Después de ese tiempo el glamuroso verde botella de su piel, que tanto le había costado adquirir en la estrella central de Orión, comenzaría a volverse de un amarillo muy 'rarito'. Y no quería que sus conciudadanos dudasen de su condición sexual. Se apresuró a buscar alguno de aquellos animalillos esquivos que le habían traído hasta allí...

¡Ahá! Había uno entre la vegetación. Se acercó cautamente, muy despacio. Sus apéndices se situaron a ambos lados del bichejo peludo de forma casi imperceptible y... ¡se cerraron sobre él!. Lo elevó orgulloso. No pensaba que fuera a ser tan fácil. Sacaba la jaula electromagnética cuando notó un dolor punzante. Chilló, soltó a su presa y empezó a lamerse la mordedura. ¡Maldita alimaña!. Salió corriendo tras ella a toda velocidad. Una sólida rama en la frente frenó su avance, pero su cuerpo dió una voltereta y siguió a la carrera con tan solo una pequeña inflamción. Después notó que acababa de pisar algo blando y caliente, según vió acto seguido de color marrón y aroma a metano. Soltando pestes por la boca, se abalanzó sobre su presa.

Sin embargo, una enorme criatura escamosa con largos dientes y afilados cerró sus fauces en torno al animalillo antes que él. 'Ah, no ¡Eso sí que no!' Echó el puño hacia atrás, golpeó a la criatura en todos los morros, sacó el bichejo de su boca y lo metió en la jaula electomagnética. Se dispuso a irse. Lo pensó mejor. Se volvió hacia la criatura, le dio una patada en las costillas y regresó a su nave.

Miró el reloj: le quedaban doscientos microciclos. '¡Deja a ese animal! ¿Cuándo comprendereis los maprokianos que estas formas de vida sensibles no son material para vuestros experimentos genéticos?' El maprokiano buscó a su alrededor la fuente de la comunicación telepática. No tardó en ver la otra nave y, ante ella, la forma de luz que le estaba hablando.
—Calla, estúpido halogenita! ¡Por chorradas como esa sois los pringaos de la galaxia!
'O lo sueltas de inmediato o...'
—No tengo tiempo para esto. Mi bronceado está en juego. —Respondió el maprokiano, echándose la mano a la pistola de rayos en su cinturón.
La forma de luz le lanzó una honda (también de luz) que le dió de lleno en los ojos.
—¡Arg, mis globos oculares! ¡AHORA SI QUE LA HAS CAGADO, TÍO! —El marprokiano, fuera de sí, puso la pistola en 'MAX' y disparó a discreción. No veía nada, pero no lo necesitaba: nada podía sobrevivir al impacto de su pistora en 'MAX'. Aparte de un ligero olor a refrito, no notó que acababa de causar la extinción de todas las formas mayores de vida del planeta. Al intentar meterse en la nave, se volvió a golpear contra el marco de la puerta allí dónde ya le había dado la rama. Finalmente, irrumpió en el laboratorio y se acercó a la mesa de experimentos. Calculó que le quedaban menos de cincuenta microciclos. Cogió al animalillo con un apéndice y alargó el otro de forma tentativa. Éste pasó de largo un matraz en el que, para alguien que supiera leer maprokiano y no estuviera cegado, ponía 'ADN mutágeno para generar virulentos engendros genéticos' y cogió otro un poco más allá que ponía 'Muestra de orina del abuelo para los análisis de la diabetes'. Roció con ella al bichejo, lo echó de una patada de su nave, y despegó dando tumbos de aquella maldita roca.

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